Cuando yo tenía seis años vivía en Santa
Clara. La dictadura de Fidel Castro le cambió el nombre a Villa Clara, por si
acaso quieren ver dónde queda en el mapa. En esa época teníamos una guerra
civil, y alrededor de las navidades la
guerra se acercaba a la ciudad. Yo voy a escribir la historia como la recuerdo. No sé si lo que uno lee en libros
o en la internet es la verdad, y además esta batalla no es tan famosa.
Recuerdo perfectamente el primer día.
Las clases habían terminado. Esa mañana
mi mama me despertó, y con la cara muy seria me dijo que no podía salir a jugar
con mis amigos.
Yo recuerdo esta conversación muy
bien, porque su comentario tuvo un impacto enorme. Cuando un niño de seis años oye que no puede salir a jugar por la mañana,
durante las vacaciones, cuando no está lloviendo, piensa que lo están
castigando. Yo me rastrillaba la memoria tratando de imaginarme qué diablos había
hecho para que me castigaran de esa manera, y no se me ocurría nada. Era una
pesadilla, y empecé a llorar y gritar que yo era inocente y que buscaran a
otro, que yo no era culpable y como me podían hacer esto.
Mi mama me respondió que había hecho
nada malo, que había una guerra, y que pronto iban a haber soldados peleando en
la ciudad. Me dijo que tenía que ir a desayunar y vestirme bien, porque ella no
sabía cuánto tiempo tendríamos electricidad y agua.
No recuerdo el almuerzo, ni los
primeros disparos. Ni tan siquiera recuerdo cuando cortaron la luz y el agua.
Mi primera memoria después de esa conversación es estar en las escaleras del
edificio sentado con otros niños, y oír gente gritando “ahí viene el tanque”.
Nos hicieron subir las escaleras hasta el último piso, y cuando llegamos arriba
nos sentaron en la escalera otra vez. Entonces otro adulto gritó” “ahí vienen
los aviones” y nos dijo que corriéramos hacia los pisos inferiores. Cuando estábamos
bajando el mismo adulto que había gritado que subiéramos nos gritó otra vez, insistió
que venía el tanque…lo último que recuerdo estaba subiendo escaleras de dos en
dos preguntándome si era posible que nos disparara un tanque y un avión al
mismo tiempo.
Después estaba en la sala de nuestro
piso, y se oían estruendos, creo que eran bombas cayendo. Y un ruido infernal (mas
tarde aprendí que el ruido venia de una ametralladora que los rebeldes habían montado
en la azotea). Yo estaba aterrorizado y sentía como si el maldito avión me
fuera a meter una bala en la frente. Traté de meterme debajo del sofá. Era uno
de esos que tienen muelles y un fondo de tela bastante transparente. De alguna
manera rompí la tela, y me colé dentro del sofá entre los muelles. Esta parte
no lo recuerdo bien, pero sí recuerdo a mi mama sacándome del sofá, y gritando
que me había cortado la espalda.
No sé cuánto tiempo pasó, pero a mi
mama se le ocurrió que tenía que darme un baño. Como no teníamos agua agarró un
poco en una cubeta pequeña, me metió en la bañadera, y me enjabonó. Y en ese momento
cuando me frotaba con una esponja, alguien grito que ahí venia el avión. Mi
mama me empujó afuera, cubierto de jabón, y lo recuerdo muy bien porque estaba
en la escalera desnudo y los otros niños me miraban y se reían de mí. A mí no
me pareció muy cómico y para colmo tenía una picazón del diablo porque el jabón
se secó y tenía una costra blancuzca sobre la piel. Fue jodidísimo.
Más tarde, creo que esa noche, un
rebelde vino a sentarse con nosotros. No sé por qué, pero todos los niños estábamos
en una sala, y había una vela encendida. El hombre nos enseñó su fusil. Él lo
llamaba un San Cristóbal. No tengo la menor idea de qué diablos era en
realidad. Nos explicó que se trababan mucho, y que él quería encontrarse a un
soldado muerto con un Garand, que el creía era un rifle mucho mejor. Él nos enseñó
a desarmarlo, limpiarlo, y armarlo otra vez. No sé si sobrevivió. Creo que sí,
porque yo solamente puede ver un rebelde muerto y no era él.
Ese muerto me impresionó muchísimo porque
lo vi morirse en frente mío. El señor estaba en la azotea disparándoles a los
soldados del gobierno y le dieron un tiro de vuelta en el brazo. Yo estaba como
siempre sentado en la escalera, cuando había tiroteos o venían los aviones a
bombardear nos metían ahi. De pronto vi
sangre corriendo por la misma, y un par de rebeldes bajando a otro que estaba
herido: era el brazo derecho, y lo tenía hecho trizas. No entiendo que le pasó,
porque lo dejaron en el piso al lado mío mientras buscaban a alguien y ese
hombre se murió mirándome. Yo ni tan siquiera sabía que estaba muerto, lo supe
cuando llegó mi mamá y se puso a gritar y darle golpes al muerto. Después llamó
a los rebeldes que lo habían bajado de la azotea. No me recuerdo lo que les dijo, pero estaba bravísima.
Tengo otro recuerdo bien grabado. Mi
madre decidió que teníamos que ir a
buscar agua en la cisterna de una casa que estaba cerca y que habían derrumbado.
Ahora que soy más viejo pienso que a esa casa le habían metido una bala de
tanque, porque se había caído pero no había un hueco como ocurría cuando caía
una bomba de un avión. Salimos con unos baldes, cruzamos la calle, y estábamos entre
los escombros buscando la tapa de la cisterna cuando de pronto vi un destello
en el cielo. Era un caza. En esa época utilizaban aviones llamados P51 y cosas
por el estilo. Esos eran de la Segunda Guerra Mundial, y el ejército de Batista
los utilizaba para ametrallar la ciudad y bombardear con bombas pequeñas. También
tenían otro que era mucho más temible, era un bombardero mediano llamado B26.
Ese avión descargaba bombas mucho peores, cuando caían volaban una manzana
entera. Menos mal que no venían mucho porque Santa Clara no era muy grande y si
hubiesen volado todo el tiempo nos hubieran hecho una ruina como Guernica o
algo parecido.
Mi mamá y yo vimos el avión al mismo
tiempo. Ella me gritó “Corre!” y se largó corriendo hacia la puerta del
edificio. Yo pienso ahora que ella creía
que yo estaba detrás de ella, pero yo había corrido en la dirección opuesta,
hacia una pared que no había caído. Yo había visto como el avión venia en
picada, y me pareció que si disparaba yo iba a estar bien detrás de esa pared,
que era de bloques de cemento. Mi mamá llegó a la puerta del edificio, giró y empezó
a gritar horrorizada cuando vio que yo no estaba con ella y estaba agachado a
unos 40-50 metros. Entonces mi abuelo abrió el portón del edificio, la agarró y
la metió en el edificio gritando. Y cerró el portón.
Al ver todo esto yo decidí que no iba
a quedarme solo y salí corriendo. Atravesé los escombros, crucé la calle, y le
di golpes a la puerta gritando que abrieran. Estaba en eso cuando sentí algo
pasar por mi nariz, y un pedazo de cemento saltó de la pared al lado mío.
Parece ser que un franco tirador había decidido dispararme. No sé que estaba
pensando ese degenerado, porque aunque yo era grande, solamente tenía seis años.
Y ese disparo vino de una dirección rara, tiene que haber bajado por la calle
que iba hacia el hospital. Yo no sé quién diablos fue, o estaba nervioso o era
un psicópata.
Cuando me di cuenta que me estaban
disparando me oriné en los pantalones. Yo seguía golpeando el portón pero en
ese momento me preocupaba muchísimo que me vieran así, con los pantalones mojados.
Y aparte de eso no teníamos agua, e iba apestar a orine. Eventualmente mi
abuelo abrió el portón y me sacó de la calle. Supongo que consiguieron agua y
me lavaron, porque no recuerdo a nadie riéndose de mí por estar meado.
Más tarde estaba en la cocina y la
ametralladora comenzó a disparar arriba en la azotea. Vi como un pedazo del
cielo raso cayó, creo que las vibraciones de la ametralladora era tan fuertes
que estremecían todo. No creo que fue la bomba. Esa bomba fue un golpe de
suerte, porque el bombardero de Batista la dejó caer sobre el juzgado que estaba
lleno de soldados batistianos, como a dos cuadras. Y cuando los soldados que quedaban
ahí se dieron cuenta que su propia gente los estaba bombardeando, se
rindieron. Creo que eso pasó el 31 de
diciembre de 1958.
El día siguiente nos dejaron salir a
jugar. Lo más divertido era buscar casquillos en los escombros. Mientras más
grande mejor, por supuesto. Pronto teníamos un mercado de balas y casquillos,
cascos, metralla, todo lo que uno se encuentra después de una batalla.
Yo estaba
sentado en un muro en frente de la casa de un amigo cambiando casquillos cuando
de pronto oí un disparo. Un niño que vivía en la casa de en frente había encontrado una automática calibre
45, y le había metido un tiro por la boca a su primo. Yo no era muy amigo de
ese muchacho porque no íbamos a la misma escuela, pero lo conocía del barrio.
Vi a su abuela corriendo por el jardín gritando “mi niño, mataron a mi niño”. Y
después vi a una mujer barriendo agua sangrienta por la puerta.