viernes, 26 de abril de 2013

Mi primer viaje de compras en Miami

Casi todos conocemos a alguien que ha ido de compras en Miami. Cuando un país enriquece o se cree rico (normalmente porque su moneda es más fuerte en comparación con el dólar estadounidense), la media clase se embarca en dirección a esa ciudad, para ir de compras y a veces para visitar Disney World.

 
El aeropuerto de Miami es uno de los lugares más hostiles del mundo para los visitantes. Yo soy ciudadano del imperio desde hace mucho tiempo, y a mí me tratan mal. Me imagino que para los extranjeros pasar por inmigración y aduanas en Miami debe ser casi tan malo como salir de un país comunista. Pero una vez que ese calvario termina,  y uno se escapa para ir al hotel, o a la casa del familiar que lo esperaba, todo va bien.  Porque Miami tiene tiendas llenas de todo, y el precio es fenomenal.
Yo creo que la gente que va a Miami de compras  no se preocupa tanto por el precio, más bien se preocupan del método que pueden utilizar para que no se lo roben cuando llegue a la aduana de su país, o que no le cobren un impuesto aduanero obsceno como el que me cobraron a mi por un televisor Grundig gigante, tipo Pal-N a todo color,  que llevé a Buenos Aires en el 1980 para poder ver la copa mundial de fútbol (que yo sabía Argentina iba a ganar por ser telepático).
Me estoy distrayendo. En realidad mi primer viaje de compras a Miami fue bastante insólito. Primero debo contarles que al llegar a Estados Unidos desde España fui a vivir a un pueblecito judío en los suburbios de Nueva York.
Cuando yo estaba en España les decía a los muchachos en el campamento de refugiados donde estaba (que quedaba en la Casa de Campo pero hoy día es un zoológico) que yo quería ir a Estados Unidos, meterme en el ejercito, y viajar a Viet Nam para ayudar a defenderlos de la amenaza comunista.
Pero al llegar a Nueva York, como todos mis compañeros de colegio eran judíos entonces decidí que me metería en el ejército israelí para matar palestinos.
Para que no piensen que soy un psicópata buscando excusas para matar a alguien, en aquella época había vivido en Cuba, después en España donde todavía se veían los veteranos de la Guerra Civil sin piernas. Y en Estados Unidos donde se considera normal arreglar las cosas a tiros. Por lo tanto me parecía que matar a alguien era un acto natural que uno hacia para imponer sus ideas políticas. Que quede claro que ya esa pasé esa fase y por suerte no llegué a matar a nadie antes de que me curara de esa locura.
Me estoy distrayendo otra vez. El caso es que eventualmente mi mamá vino de Cuba con mi hermana y yo viajé desde Nueva York a la Florida para vivir con ellas. Yo había estado trabajando en un campo de golf y tenía dinero ahorrado, pero eso no duró mucho después de que alquilamos un departamento con primero, último y un mes de seguridad más el depósito del teléfono, la electricidad, y algo de comer hasta que mi mamá cobrara su primer sueldo.
Ese primer mes fue durísimo: no teníamos muebles, recuerdo que compramos una cama y teníamos una colchoneta que poníamos en el piso. Para comer, el suelo. No teníamos un despertador, ni cortinas, y todo estaba contado para que durara exactamente al día que mi mamá pudiese cobrar su primer sueldo.
Pero eventualmente llego el día feliz y mi mamá decidió que era el momento de comprar carne.  Nosotros estábamos en una condición bastante rara, éramos cubanos pero vivíamos en Fort Lauderdale. Y en aquella época Fort Lauderdale era un pueblo pequeño. Podíamos ver vacas en la Avenida 9 del South West.  Alrededor de la carretera 441, donde hoy vemos la parte más vieja de Plantation, era la frontera de la civilización humana. Donde hoy están esos clones de suburbios donde viven casi todos era tierra incógnita. Y lo digo de verdad. Esos lugares no existían en el mapa. Se llamaban “el pantano” y no entraban ahí ni los indios seminoles.
 
Entonces como Ft Lauderdale era bastante exclusivo mi mamá decidió que para poder comprar la carne bien barata  nos iríamos en el bus público hasta Miami, para comprarla en  una carnicería cubana en la Calle 8.
Yo no me recuerdo bien del viaje de ida, ni de la compra de la carne, porque todo eso me parecía cosa de mujeres y yo solamente había ido para cargar la carne en el viaje de vuelta.
Mi mamá se entusiasmó mucho cuando vio los precios. Aparte de eso había llegado de Cuba hacia unas pocas semanas y no había comido un buen corte de carne legal en muchos años (en Cuba comíamos carne de la buena comprada en el mercado negro, pero eso podía ser peligroso como lo aprendió mi tía al ser encarcelada por llevar un bulto de carne del mercado negro). La vieja  decidió que íbamos a comer carne y en cantidades enormes. Creo que compró casi 10 kg (22 libras para los del imperio). Hizo que se la picaran en carne molida, en bistecs, y también en pedazos para hacer carne con papas.
Pero teníamos un problema. Esa carnicería entregaba la carne envuelta en papel, y a mi mamá no se le había ocurrido comprar una bolsa grande para llevar las compras. Eso no la paró, la mujer iba a comer carne como sea. La compró, y me dio una bolsa de papel grande llena de carne, cada pieza envuelta a su vez en papel.
Tuvimos suerte, el bus llego rápido, y después tomamos una conexión a un bus que subía por la Carretera número 1. Lo jodido fue que la Carretera número uno tenía una cantidad de semáforos increíble.
Yo estaba sentado muy contento con mi bolsa de carne cuando empecé a darme cuenta que la sangre que salía de la carne se estaba filtrando y caía en el bus. La gente me miraba con la cara rara, y entonces me di cuenta que mis pantalones también estaban manchados de sangre.
Esto llevó a una conferencia familiar, y mi mama decidió que sacaríamos algunos paquetes y cada uno cargaría uno en sus manos. Esto no funcionó muy bien, y gradualmente el papel se mojó de sangre, y se desmoronó. Nos sentamos en la parte de atrás, donde podíamos chorrear sangre más tranquilos. Pero la gente nos miraba y nos miraba. Y como algunos subían y después se bajaban, y otros pasajeros subían y saltaban del susto al ver tres personas chorreando sangre en el bus, creo que si hubiesen existido los teléfonos móviles  y  la  internet hubiésemos sido los protagonistas de un video viral en YouTube.
Eventualmente llegamos a la Calle 17 en Fort Lauderdale y nos bajamos. Ahora teníamos que caminar desde la Carretera 1 a la casa, pasando por el frente del hospital. Esto preocupó a mi madre mucho porque no había estado allí mucho tiempo, y no quería que la gente pensara que nosotros éramos unos salvajes que andábamos por la calle chorreando sangre. Pero no teníamos otra manera de ir, así que fuimos lo más rápido posible. Yo decidí que ya nada tenía remedio y me colgué los bistecs de los hombros.  Ya no me importaba que chorrearan sangre sobre mi camisa.
Y así corrimos y caminamos lo más rápido posible hasta llegar al apartamento. Al llegar mi mamá  estaba histérica de la risa. Creo que poder comprar carne para varios meses, haberla traído  en el bus donde todo el mundo nos veía chorreando sangre, y haberlo logrado sin ir presa era una proeza enorme para ella. Entonces me di cuenta que ella todavía no  estaba en Estados Unidos del todo, y creía que estaba en Cuba. Ese fue mi primer viaje de compras en Miami.

4 comentarios:

  1. Se me habia olvidado lo de la sangre! Si, estuvo muy chistoso esto - que aventura! Fue en este viaje u otro que se nos rompieron las bolsas de papel y un chorro de latas rodaron por la acera y la Calle 17?

    ResponderEliminar
  2. Te juro que cuando empecé a leer esperaba algo totalmente distinto pero esta muy buena la historia.

    ResponderEliminar