Yo había sido entrenado por mis padres para mantener
la cara seria y cuidar mi lenguaje corporal para no meterse en problemas,
porque me estaban dando los libros de George Orwell y otros autores para leer
al mismo tiempo.
Sin embargo, estas clases de Plenos eran muy difíciles, yo seguía evitando reirme cuando se discutía la ideología marxista, y tenía que cruzar las piernas y agacharme para que no me vieran el rostro.
Un día salí de clase y oí a una joven, cuyo padre
trabajaba en la policía secreta hacer comentarios elogiosos acerca de la
dialéctica y el marxismo. Nos dijo que eran
un descubrimiento maravilloso que habíamos hecho. Debo haber sonreído, porque
ella giró hacia mí y me espetó "y
tú, ¿tienes algo que decir al respecto"?
Murmuré algo y comencé a buscar una roca para hacerle
un hueco en la cabeza, pero por suerte para mí, no pude encontrar una y me calmé.
No sé qué le pasó a esa chica, pero ese instante
cambió mi vida, porque me di cuenta que no podía seguir fingiendo ser un
zángano impasible y me iba a volver loco, y probablemente iba a matar a un par de esos
hijos de mala madre. Así que decidí que era mejor dejar el país, y me las arreglé para llevarlo a cabo el año siguiente.
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